Chemtrails: La trampa que nos hace cómplices

Utilizar palabros foráneos como el de chemtrails para alertar sobre los programas de manipulación del clima en curso y sus consecuencias para la vida en la tierra, palabros que no significan nada ni explican nada en sí mismos, es mucho más que una pésima estrategia de comunicación. Supone alterar los indicadores sociales de alarma y por lo tanto la respuesta social. Quienes utilizan este término, están impidiendo en la práctica que la gente pueda informarse debidamente y organizar su defensa en un tema de la máxima gravedad. Dicho de otro modo, están siendo cómplices, por omisión, de los hechos que pretenden denunciar. El objetivo de este artículo es el de alertar a las personas sobre la extrema importancia de utilizar laas palabras apropiadas, en el idioma de cada cual, particularmente cuando se trata de temas que afectan la salud y la vida. Mantener el espíritu crítico en cuestiones semánticas es vital, pues caer en la perversión del lenguaje significa caer en la trampa que nos convierte en cómplices. Palabras clave con las que informar o buscar información: geoingeniería, ingeniería climática, manipulación del clima, dispersión estratosférica de aerosoles, gestión de la radiación solar, siembra de nubes… Por su importancia este artículo desarrolla ampliamente el contenido en tres partes complementarias respondiendo a las preguntas qué, quién, cómo, por qué y para qué. Introducción Geoingeniería: manipulación del clima y desinformación masiva La ingeniería del clima o manipulación deliberada de los sistemas climáticos naturales a nivel global, está originando fenómenos extremos de sequías o inundaciones, y conduciendo al planeta a un punto de no retorno. Esta manipulación que se le ha ocultado a la sociedad por razones de seguridad nacional, de dominio militar y de interés corporativo, tiene más de 70 años de historia, aunque su uso para fines bélicos quedó prohibido por el Convenio ENMOD de Naciones Unidas en 1977. Pero hecha la ley hecha la trampa. Ante la necesidad de seguir perfeccionando un arma prohibida de dominio planetario se recurre al disfraz “de uso civil”, siguiendo el mismo patrón de la bomba atómica con el “uso pacífico” de la energía nuclear cuya industria retroalimenta el arsenal nuclear. El uso civil de este arma climática, denominada geoingeniería, o ingeniería del clima, sería el de paliar el calentamiento global originado por el CO2 producido por el hombre. Casualmente esta tesis del calentamiento aparece en escena tras la prohibición de las armas climáticas por el Convenio ENMOD, pues hasta mediados de los años 70 el debate científico giraba justamente en torno a lo contrario, a una Pequeña Edad de Hielo. La geoingeniería supone el mayor peligro para la supervivencia del planeta después de la bomba atómica pero a pesar de reconocer que causará estragos en el clima, en la agricultura y en la salud, se la considera un mal necesario para “paliar” el calentamiento global supuestamente originado por el exceso de CO2 como consecuencia del uso de energías fósiles por el hombre. Esta ingeniería del clima consistiría en controlar la radiación solar que llega a la tierra mediante la dispersión en la atmósfera, por medios aéreos, de millones de toneladas de materiales que van desde el sulfuro a óxidos de metales. Sin embargo, la geoingeniería no ataca las supuestas causas del calentamiento global ya que se trata de un parche tecnológico para bajar la temperatura del planeta sin tener que limitar el uso de esas energías fósiles. A pesar de estar bien documentadas esas siete décadas de manipulación del clima, las Naciones Unidas y el IPCC han preferido ignorar ese impacto en sus planteamientos sobre cambio climático divulgados como una doctrina incuestionable. Quizás porque quienes dictan esa doctrina son los mismos intereses que dictan los acuerdos en las cumbres del clima organizadas por este organismo. En efecto, los Acuerdos de la Cumbre del Clima en París, sarcásticamente calificados de históricos, a pesar de no ser vinculantes, suponen reconocer la geoingeniería como única solución por parte de los gobiernos del mundo para impedir que la temperatura del planeta suba 2ºC, visto que la premisa fundamental de esas cumbres es que los acuerdos alcanzados no pueden ir contra los intereses de las partes. Esos intereses obviamente son los de las multinacionales, ya que casualmente se retiran del acuerdo final de la cumbre los derechos humanos. El hecho es que la geoingeniería no es un planteamiento hipotético como sugieren quienes promueven estas prácticas. Se está llevando a cabo por los amos del mundo, fuera de todo marco legal, sin el conocimiento ni el consentimiento de los ciudadanos y en el desprecio más absoluto del principio de precaución, con la complicidad de gobiernos, políticos, científicos, militares, instituciones docentes, sindicales, judiciales, etc. en plena violación de los derechos humanos, incluida salud, la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos, bajo cobertura del Protocolo de Derechos e Inmunidades de Naciones Unidas. En resumen, nos encontraríamos frente a una manipulación tecnológica del clima (de origen militar) consensuada por razones de poder y codicia entre el conglomerado industrial civil y militar; con capacidad para generar una situación de episodios climáticos extremos definida como cambio climático. Un arma con efectos múltiples sobre la soberanía alimentaria, la seguridad y la salud pública, entre otros, ya que este cambio climático supondría un gran potencial para el terrorismo biológico. Cabe citar aquí el trabajo del militar español, Martin Otero “El cambio climático como constante amenaza biológica. Nuevo terrorismo”¿estamos preparados? Fuente www.ieee.es. Artículo de opinión. Ministerio de Defensa español.” A pesar de la gravedad de estos hechos, que atentan contra la supervivencia de la tierra, la ciudadanía global los ignora por lo que no puede organizar su defensa. Esta ignorancia ha sido programada por quienes están detrás de los programas de manipulación del clima con el objeto de secuestrar el debate público a través de campañas masivas de desinformación mundial, mediante términos como el de chemtrails diseñados para ello. Este palabro sin sentido, inexplicablemente adoptado como un mantra universal, con independencia del país, lengua y cultura, nos deja indefensos ante hechos genocidas. Pero quienes somos conocedores de ello y nos oponemos, tenemos el deber y la responsabilidad de cuestionar nuestro papel activo en la pervivencia de esta ignorancia por el uso y abuso de este palabro, o sencillamente de preguntarnos si somos cómplices ignorantes, o involuntarios de estos hechos; pero cómplices al fin y al cabo. El uso de este término fue potenciado a nivel global porque era el único con el que se podía lograr la cuadratura del círculo: Chemtrails es el único vocablo que les permitía controlar el debate y camuflar la geoingeniería por comparación con el término contrail, utilizado en aviación, lo que a su vez les permitía normalizar las estelas de condensación, altamente contaminantes, como ¡vapor de agua! Solo con este debate permanente, se impediría entrar en el fondo de la cuestión, la manipulación del clima, ganando tiempo para consolidar los programas de geoingeniería y su legalización. El éxito de esta estrategia incluía vincular el palabro chemtrails con teorías conspiratorias para blindar la respuesta institucional de negacionismo, algo que no se podría haber hecho sin la connivencia de los medios comunicación reforzando el argumento de que los chemtrails son leyendas urbanas sin base científica y desprestigiando además a los autores de denuncias públicas al respecto. En este contexto, ningún organismo, médico, fiscal o juez tomaría en serio una denuncia por delitos contra el medio ambiente, la seguridad y la salud, basada en estos términos so pena de ser acusado de malgastar fondos públicos en teorías conspiratorias. Una estrategia redonda de inteligencia militar. A pesar de todas esas razones de peso para desechar su uso, el palabro se sigue utilizando sin límites. Pero además de desinformadores y medios de comunicación confundidos, ¿quién utiliza este término y por qué? Curiosamente la mayor parte de los usuarios del término chemtrails, incluidos los anglófonos, no tiene razones fundamentadas para ello y lo hace porque repite lo que se dice en internet sin pensarlo dos veces. Es cierto que muchas personas dejan de usarlo cuando se les explican las nefastas consecuencias de hacerlo pero otros hacen alarde de su uso abriendo decenas de webs chemtrails con contenidos copiados de las fuentes de desinformación. Este grupo se revela como activistas de un término, sin otro horizonte que el de imponerlo contra viento y marea, en detrimento de toda una causa. Es el mayor obstáculo para generar masa crítica, porque se presentan como “amigos” a la vez que normalizan la desinformación y su trabajo beneficia al enemigo. No todos están pagados por hacer ese trabajo sucio, el sistema cuenta con la inestimable ayuda de los tontos útiles que tanto abundan en las distintas esferas sociales con tal de hacerse notar. Ante este sinsentido, en un tema de gravedad manifiesta, se impone destruir la estrategia semántica que nos han fabricado a la medida, como primer paso para ganar y organizar el apoyo social que nos permita exponer las evidencias y enjuiciar a estos criminales que fumigan el mundo para controlar el clima. Esto implica desterrar el uso del término chemtrails, no visitar sus webs, y buscar información con los términos científicos: geoingeniería, ingeniería climática, manipulación del clima, dispersión estratosférica de aerosoles, gestión de la radiación solar, siembra de nubes… Parte Primera Chemtrails: diseñar el léxico para controlar el tópico ‘No hay nada que la opinión pública no pueda cambiar’. – Napoleón Bonaparte. Quienes manejan el devenir del mundo saben que Napoleón tenía razón. De ahí que el poder tenga que controlar el debate público en toda circunstancia, para lo que según Klaus Köpfer, ex alto cargo de Naciones Unidas y ex político alemán, ‘se gastan miles de millones de dólares en diseñar el léxico, porque quien controla el léxico controla el tópico‘ Si tenemos en cuenta que existen alrededor de 7.000 idiomas en el mundo, lo que pone de relieve la riqueza lingüística de sus habitantes, y que los finlandeses tienen más de 40 palabras para definir la nieve, ¿a qué se debe que el término chemtrails haya sido adoptado al mismo tiempo en todo el mundo como un incuestionable mantra universal? Más aún cuando se trata de un término que requiere de traducción y de explicación, porque inexplicablemente no explica nada ni tan siquiera en inglés. Es obvio que el fenómeno de imposición universal de un vocablo nuevo obedece a una poderosa campaña de comunicación cuyo fin nos compete aclarar, visto que solo el conglomerado industrial militar tiene ese poder, capacidad e interés. Considerando que el objeto de una campaña de comunicación efectiva es informar, lograr transmitir un mensaje a un público de modo claro y entendible, sin que genere barreras de comprensión, confusión, dudas o interpretaciones erróneas, es evidente que la campaña relativa a los chemtrails incumple todos los preceptos clave de la comunicación efectiva. Por lo tanto, si el palabro en cuestión no se entiende, ni explica nada, genera barreras de comprensión, confusión, e interpretaciones erróneas, habrá que deducir que el propósito no es el de informar si no todo lo contrario. No se trata aquí de trazar los orígenes del término chemtrails que casualmente habría acuñado la Academia del Ejército del Aire de los Estados Unidos en 1990, como título de un manual formativo inédito. Se trata más bien de analizar por qué razón un término que supera los 7 millones de referencias en internet, no ha servido para informar si no que se ha convertido en punta de lanza de desinformación masiva sobre la manipulación del clima. La manipulación del clima requería una actuación global, visible en los cielos de todo el mundo. Con el fin de impedir que la ciudadanía se enterase de ello y se opusiera, había que recurrir a todo tipo de estratagemas desde el ocultamiento y la negación pasando el secuestro del debate, al acoso y derribo del mensajero. Pero el primer escalón para impedir que nazca una lucha social eficaz empieza con la perversión del lenguaje. En esta perspectiva había que potenciar un término que desinformara por igual a la ciudadanía mundial; uno que les permitiría lograr la cuadratura del círculo a nivel global: chemtrails. Los diseñadores de la perversión del lenguaje trabajan con todo tipo de expertos en distintas ramas de las ciencias sociales y de la comunicación: filosofía, psicología, filología, neurología, programación neurolingüística, marketing, etc.. Pero en el caso del término chemtrails también han intervenido las ciencias militares completando el cuadro con técnicas de táctica, estrategia, logística, propaganda, información, contrainformación, creación de identidades, demolición de identidades, o la negación como respuesta, entre otros. Ante esa perspectiva real de manipulación del lenguaje, lo mejor es atenerse a lo que dicta el sentido común magistralmente expresado por el filólogo español, Lázaro Carreter, Director en su día de la Real Academia Española: «Hay que llamar a las cosas por su nombre, a las acciones por su verbo y a las cualidades por su adjetivo». Desde el punto de vista del lenguaje nos encontramos aquí frente a un barbarismo sin sentido, exento de verbo, que impide calificar la acción y llegar al sujeto, eludiendo con ello el principio de responsabilidad. Este término no revela la naturaleza deliberada de la acción (fumigar) ni la intencionalidad de la misma, ni su eventual toxicidad visto que el término químico no equivale a tóxico. Y usar la traducción de chemtrails al propio idioma tampoco soluciona el problema de la desinformación. Su equivalente en castellano sería “estelas químicas”; esas que según nuestros metereólogos son normales estelas de condensación que dejan los aviones y que serían inocuas porque se trata de vapor de agua. La jugada aquí consistía en promover un concepto con inferencias malas (tóxicas) que sería calificado como leyenda urbana, para convertir lo realmente malo en algo inocuo. En primer lugar todas las estelas de los aviones son químicas por definición, puesto que estos no funcionan con inocuo vapor de agua. Y en segundo lugar conviene puntualizar que las estelas de los aviones son todas tóxicas. Los gases de combustión de los aviones fueron considerados altamente contaminantes hasta finales de la década de los 90, que aparecieron las fumigaciones clandestinas de nuestros cielos. El término en inglés chemtrails, no existía entre las más de 350.000 palabras que componen ese idioma, pero hubo que inventarlo porque era el único con el que podían controlar el tópico, es decir la información y el debate público sobre la ingeniería del clima por oposición al término contrail o estela de condensación. Por su parte el término inglés “contrails” se utiliza en la aviación desde los años 50 aproximadamente y alude a las estelas de condensación que ocasionalmente dejan tras de sí algunos aviones en determinadas condiciones metereológicas según datos de la NASA: altitud superior a los 9.000 metros, humedad relativa de 76 % y temperatura de 44ºC bajo cero. Se trataría de las gotas de agua que se forman en torno a las partículas procedentes de los gases de combustión del avión. Estas estelas son apenas visibles y su duración antes de disiparse, va de unos segundos a contados minutos. Sin embargo, organismos hoy día desacreditados como la NASA y la NOAA realizaron estudios a finales de los 90, entre los cuales cabe citar TARFOX, ACE-Asia, ACE-I y II, INDOEX y Proyecto SUCCESS – que confirman que se pueden generar “nubes artificiales” y “contrails” en condiciones de baja humedad, dispersando partículas desde un avión; algo que coincide con los principios generales de la geoingeniería. Cuanto más pequeños son los núcleos introducidos en la atmósfera, mayor es la formación artificial. Esto nos lleva al uso de la nanotecnología reivindicado por los geoingenieros. Pero este dato se mantiene oculto ya que significaría tener que admitir que se están dispersando materiales en la troposfera para fines de manipulación del clima, al tiempo que explicar de qué materiales se trata y con qué impacto. En efecto, las estelas formadas como consecuencia de la dispersión de partículas en la atmósfera con fines de manipulación del clima, que no solo no desaparecen si no que en cuestión de dos horas convierten un cielo azul en uno totalmente cubierto con tonos que van del blanco lechoso a un amenazador gris plomo, al amarronado o al rojo, dependiendo de la densidad y del material dispersado, han sido calificadas como estelas de condensación por determinados “expertos”, y los respectivos lacayos de los gobiernos, entrando a formar parte de este grupo los medios de comunicación y los metereólogos oficiales, quienes aseguran que esas estelas son normales, inocuas y que se trata de ¡vapor de agua! Con concursos como las fotografías del tiempo nos han convertido a los ciudadanos en piezas de su tablero de ajedrez. Nuestras fotos les sirven para normalizar las estelas en el marco de programas de manipulación del clima y “venderlas” a la sociedad como vapor de agua o como cirros. – Por cierto, el vapor de agua (H2O), encabeza la lista de elementos con más poder de efecto invernadero, muy por encima del CO2 y del metano. En eso consiste el trabajo de los mercenarios de la desinformación, en hacernos creer que esas estelas se deben al aumento del tráfico aéreo, que son normales, que son vapor de agua y que son inocuas; todo ello falso y anticientífico. Este tipo de afirmaciones debiera tener repercusiones penales para quienes lo afirman, especialmente desde medios públicos, por difusión de información falsa y propagandística en temas relacionados con la salud. En primer lugar si estas estelas fueran normales no habría necesidad de explicación alguna ante su aparición. – Explicatio non petita accusatio manifesta. Basta con mirar los archivos metereológicos de hace 15 años para desmontar esa falacia. De hecho, pillados en el renuncio y para curarse en salud, desde finales de 2016 los metereólogos a las estelas aéreas ya las llaman ¡nubes altas! O nubes decorativas, en palabras de Mónica López; muy en la línea delirante de otra institución en franca degeneración como las Naciones Unidas, que ha pasado de repartir certificados de inmunidad para los ingenieros del clima a repartir certificados de origen de 12 nuevas nubes que no figuraban en el Atlas de las Nubes editado por la Organización Metereológica Mundial en 1987, a pesar de que estas nuevas nubes son todo menos discretas. Para darles caché “vingtage” se ha recurrido a terminaciones latinas. Entre estas nuevas nubes figuran los rastros de las fumigaciones de nuestros cielos bajo el nombre de ¡Homomutatus! Los peores escenarios de George Orwell en su film 1984 han sido rebasados con creces. Veamos lo que tienen esas nubes altas, decorativas o “homomutatus”, en vez de gotitas de agua. Sin contar con los materiales dispersados por los aviones para la manipulación del clima que según el científico Marvin Herndon podría tratarse de cenizas volantes de carbón, extremadamente tóxicas, los carburantes fósiles producen los siguientes gases en la combustión: dióxido de carbono; agua que se congela inmediatamente al contacto con las bajas temperaturas de más de 40º bajo cero, monóxido y dióxido de azote, dióxido de azufre, además de etileno, formaldehidos, acetileno, propeno, y 47 sustancias más entre las cuales el benceno. El dibromuro de etileno, un pesticida prohibido en la agricultura por la EPA en 1984 por ser cancerígeno (EPA-420-R-09-902 Mayo 2009), se ha incorporado a determinados carburantes aéreos. Provoca fatiga general, vómitos, diarrea, dolor de pecho, tos, e irritación de las vías respiratorias. Esto sin contar con los aditivos de los carburantes antioxidantes, anticorrosivo, anticongelante, antiestático, aditivos biocidas antimicrobianos, y un largo etc. ¿Puede algo así considerarse inocuo vapor de agua? Los gremios de la comunicación y la metereología al servicio del engaño masivo para ocultar la geoingeniería pasarán a la historia; pero deberán un día ser juzgados como cómplices necesarios de este crimen contra la humanidad en particular el de los metereólogos. En los Estados Unidos, como nos explica el respetable activista Dane Wigington en su web www.geoengineeringwatch.org, de referencia internacional, Raytheon, el tercer mayor contratista de armamento, implicado en áreas de investigación climática para uso militar con Weather Modification Nanotechnology, es quien elabora los partes metereológicos para el American Meterological Service, después de que la NOAA (Administración Nacional, Geográfica y Atmosférica) le vendiera esa competencia. En otras palabras, los servicios metereológicos a nivel global están militarizados, en manos de corporaciones de armamento implicadas directamente en la manipulación del tiempo y del clima, con la NOAA como correa de transmisión a los demás servicios metereológicos en el mundo incluido AEMET. – Es realmente la concreción de la fábula del zorro al cuidado del gallinero. Segunda Parte Chemtrails-contrails: el debate nulo y la cuadratura del círculo Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado con la mentira. – Maquiavelo. Esta estrategia lingüística con objetivos múltiples estaba diseñada para ganar en todos los frentes; el primero de esos objetivos era alimentar un debate nulo chemtrails-contrails con el que lograrían la cuadratura del círculo, consiguiendo entre otras cosas: 1) Ocultar la geoingeniería que se está llevando a cabo y ganar tiempo de cara a su consolidación y legalización; Centrar la atención en el efecto en vez de en la causa, en las estelas en vez de en la manipulación del clima, para lo que se utilizan tecnologías varias, ha tenido como resultado una pérdida de quince años de divulgación del problema y de concienciación social. Esa dinámica significaba girar en círculo, en una situación sin salida, dado que todas las posibles respuestas se reducen a una sola: “estelas de condensación”. Insistir en planteamientos semejantes significa contribuir al problema, lo que no debiera estar exento de responsabilidades. – Es ilustrador el ejemplo de activistas canadienses que en 2003 presentaron al Parlamento una pregunta sobre los chemtrails. La respuesta fue que las estelas que denunciaban eran normales estelas de condensación del tráfico aéreo. Uno pensaría que esta respuesta les habría hecho reflexionar, para actuar en el futuro de manera diversa, pero no. En el año 2013 volvieron a plantear la misma pregunta para obtener la misma respuesta. ¿Quién muestra más necedad aquí, el Parlamento o los activistas incapaces de cuestionar su propio modus operandi en diez años? Se diría que les ha importado más hacer valer su afección terminológica que resolver el problema. Lo mismo ha ocurrido en el caso del Parlamento Europeo. Pero ¿cuántas veces más se repetirá la historia y se perderá el tiempo hasta entender que ese planteamiento no nos conduce a las respuestas necesarias? Mientras tanto los programas de geoingeniería se consolidan y se prosigue el objetivo de su legalización sin ningún obstáculo social. 2) dividir y confundir a expertos y público en contraposición con el término contrail o estela de condensación. – En los foros de internet se propagó la falsa idea de que si las estelas eran largas se trataba de chemtrails y si eran cortas se trataba de contrails. 3) llevar los argumentos a un terreno pseudocientífico, “contrails”, con el fin de excluir y desacreditar la opinión de quienes no son científicos, bloqueando el debate sobre lo legal, lo moral, lo legítimo, la democracia, los derechos y las libertades, la seguridad, la soberanía alimentaria, etc., donde todos tenemos algo que decir. 4) orientar la información, la divulgación y la investigación a niveles conspiratorios. Esta estrategía de vincular los chemtrails con teorías conspiratorias o leyendas urbanas sin base científica, reforzando la idea de que se trata de estelas de condensación y equiparando éstas a inocuo vapor de agua, no podría haberse logrado sin la connivencia de los medios de comunicación al servicio de los lobbies de la geoingeniería. Vincular el término chemtrails con teorías conspiratorias supuso el blindaje de la respuesta negacionista institucional a nivel global, ya que ningún organismo, político o no, médico, fiscal o juez tomaría en serio una denuncia por delitos contra el medio ambiente, la seguridad y la salud, basada en estos términos so pena de ser acusado de malgastar fondos públicos en teorías conspiratorias. En otras palabras, nos encontramos ante la manipulación global de los sistemas climáticos naturales, ocultada por el mismo palabro potenciado a nivel global para dar una respuesta idéntica en todo el mundo. – Una estrategia redonda de corte militar. Redonda sí, pero no perfecta. De hecho la varita mágica sólo funciona ante el mantra chemtrails. Sin ese mantra no son nadie, por algo lo alimentan. Cuando uno cuestiona a las instituciones, a los geoingenieros o a los medios de comunicación sobre geoingeniería y la respuesta es: “los chemtrails son teorías conspiratorias sin base científica”, las tornas se invierten; la varita mágica se vuelve contra ellos como un boomerang desacreditándoles por completo, al responder meando fuera del tiesto. Y sí, podrán seguir negándolo, pero sin credibilidad la rendición de cuentas a la sociedad es cuestión de tiempo. 5) generar una barrera lingüística que impidiera que la gente tuviera acceso a información rigurosa evitando preventivamente toda acción reacción social; 6) normalizar la creencia de que los gases de combustión de los aviones, o estelas de condensación, contaminantes y tóxicos para el planeta, son ¡vapor de agua!, reforzando con ello la pasividad social. En definitiva, visto todo lo anterior el balance de una década de falso debate sobre “chemtrail versus contrail” es altamente negativo. Quince años después de que se empezara a usar el término chemtrails, la gente en todo el mundo no solo desconoce los hechos que atentan contra sus vidas sino que la fumigación se ha hecho global y más intensiva. Y si el resultado en términos de divulgación de un grave problema mundial, de concienciación y de generación de masa crítica ha sido un perfecto fracaso, habrá que ejercer la autocrítica, y deducir que hasta ahora ha beneficiado a quienes forman parte del problema. Lo peor es que este debate nulo continúa vivo porque de ello depende la total implantación de la geoingeniería sin oposición social. Nada de todo esto hubiera ocurrido si como personas de a pie o activistas sociales no hubiéramos caído en la trampa de la perversión del lenguaje y hubiéramos sido críticos. Imaginemos que desde el inicio se le hubieran llamado a las cosas por su nombre: “manipulación del clima”. Se habría generado un debate público y parlamentario en torno a la ética, a los fines, a los medios, al impacto de estas prácticas para la tierra y la salud de las personas, a las consecuencias, etc., descubriendo en el proceso a los autores y a los ganadores de esta propuesta. El resultado habría sido un punto final a la idea porque nadie en su sano juicio habría permitido que se jugase con el núcleo mismo de la vida: el sol y el agua. Pero ahí es adonde no querían llegar quienes tienen el poder para manipular el clima y hasta para quitarnos la palabra. Seguro que ni el periodista canadiense William Thomas quien en enero de 1999 hablase por vez primera de chemtrails en un programa de radio, ni el Senador republicano Kucinich quien incluyese ese término en la lista de armas calificadas de exóticas (no convencionales) en su propuesta de ley al Senado de los Estados Unidos en 2001 sobre la Preservación del Espacio (Space Preservation Act), que nunca llegó a aprobarse, pensaron en su día hasta qué punto habían caído en una trampa semántica que imposibilitaría en el futuro la información y el debate público sobre el fondo de la cuestión, la manipulación del clima, en detrimento del planeta y sus moradores. Hay que decir que el señor William Thomas tras haberle pedido que valorase la necesidad de no utilizar este término por las razones que se explican en este artículo, ha admitido por escrito que hay que rectificar y que dejará de usarlo. Esta línea de tiempo arriba ilustrada desmonta justamente los argumentos de quienes afirman que el palabro Chemtrails es el término popular para denominar la geoingeniería, ya que por un lado los primeros artículos académicos sobre geoingeniería aparecieron en los medios de comunicación una década más tarde, y por otro la geoingeniería alude a un conjunto de técnicas de manipulación climática, una de las cuales es la Gestión de la Radiación Solar que implica la dispersión “estratosférica de aerosoles” de aerosoles. Esta comparación tampoco es casual. Todo es poco para generar confusión en detrimento de la causa. Tercera Parte Así se potenció el uso del término chemtrails y la desinformación masiva sobre la manipulación del clima “Para manipular eficazmente a la gente es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula” ― John Kenneth Galbraith (Economista americano-canadiense 1908-2006) Una estrategia eficaz requiere unas buenas bases. Pero cuando la estrategia es global estas bases requieren un denominador común. En este caso ese denominador ha sido facilitado por una ingeniería social cierta. En efecto, entre las premisas para potenciar el uso del término chemtrails se encontraría la falta de espíritu crítico de la sociedad en general, la necesidad del individuo de diferenciarse del resto, a costa incluso de hacer el ridículo, el deseo de protagonismo, la cultura mediática de opinar sin saber, el sentimiento de pertenencia a un grupo exclusivo de gente “despierta”, el seguidismo de términos ingleses como símbolo de progresía, etc. Con ese caldo de cultivo preparado durante décadas por la nueva cultura televisiva, cinematográfica y educativa en el mundo, la creación de una comunidad internacional bajo un único y singular paraguas de marca, facilitaría la labor de desacreditarla llegado el momento. Tras haber elegido el término que mejor se ajustaba a sus fines y con los medios de difusión más eficaces a su disposición, se crearon miles de entradas chemtrails en internet, a modo de franquicia, unidas a las imágenes de los cielos fumigados. Cuando el término fue adoptado por una “comunidad” totalmente acrítica, y su uso lo suficientemente asiduo sumando activistas del fenómeno en todo el mundo con independencia del país, lengua y cultura, se generaron centenas de páginas relacionando el fenómeno de las estelas con todo tipo de teorías conspiratorias: desde el Nuevo Orden Mundial, a los OVNIS pasando por lo paranormal y profecías ancestrales. La falta de transparencia de los gobiernos del mundo y de los estamentos militares en asuntos considerados de defensa, unida a la falta de control democrático y parlamentario de sus investigaciones, y a la connivencia del sector científico y corporativo, hizo que los foros en internet y las webs chemtrails con contenidos copiados y recopiados se multiplicaran como esporas, adquiriendo dimensiones exponenciales. Llegados a esta fase, la desinformación estaba servida y seguía su propia inercia. Todo un éxito de la ingeniería lingüística, ya que tiene mérito conseguir que hasta los más acérrimos denostadores del Nuevo Orden Mundial, utilicen términos impuestos por ese mismo orden, sin cuestionar su origen, objetivos, ni consecuencias. Una vez mezcladas las churras con merinas no fue difícil para los ingenieros lingüísticos generar decenas de webs con el único fin de desacreditar a la “comunidad global chemtrails” y calificarla de conspiranoica. Curiosamente ese es el término utilizado por las instituciones para responder a quienes denuncian la manipulación del clima. Así pues cada denuncia realizada con el término chemtrails sería considerada como fruto de teorías conspiratorias, en detrimento de los denunciantes y de la propia causa, siendo esta razón suficiente para su archivo. Cuando de forma aleatoria y marginal aparecen webs rigurosamente informativas sobre geoingeniería, el siguiente movimiento en el damero semántico fue el de vincular el término chemtrails con la geoingeniería; la intención era la de pervertir igualmente su trabajo informativo y en consecuencia la respuesta social. Se ha llegado incluso a promover marchas internacionales contra los chemtrails / geoingeniería cuyos promotores rechazaron ser identificados. Fórmula que lejos de sumar, resta. La gente de a pié que esté mínimamente informada no responderá a un llamamiento sobre estas bases porque no empatiza con la deriva de los conspiranoicos y porque tampoco quiere que nadie los tilde como tal. En resumidas cuentas, considerando que las webs que solo tratan la geoingeniería de forma rigurosa son escasas, la desinformación es dominante. Y en este mare magnum se perfilan con fuerza dos tipos de webs enfrentadas, las que vinculan los chemtrails con toda clase de teorías conspiratorias y las de los mercenarios de la desinformación o de los contrails, que no dudan en demoler y desacreditar al oponente con las peores armas. A juzgar por las omnipresentes intervenciones de los dos grupos en los foros, es fácil concluir que ámbos están dirigidos por los mismos intereses ya que el resultado ha sido y sigue siendo el de secuestrar y manipular el debate centrando el mismo en el tópico chemtrails vs. Contrails. Mientras tanto, como ya se ha repetido, los programas de geoingeniería seguían adelante sin la menor oposición por parte de una opinión pública informada. Hay que admitir que la fórmula es magistral, pues logró convertir a una masa de ciudadanos acríticos, en cómplices de quienes llevan a cabo los hechos que ellos mismos creen denunciar, puesto que la reacción de las personas normales a estos planteamientos conspiratorios es una de incredulidad y rechazo. Una base social inexistente Los 7 millones de entradas en internet en los últimos 17 años, no equivalentes a 7 millones de personas, hacen creer erróneamente que a pesar de la falta de un debate serio sobre la manipulación del clima hay una potencial base social que se opondría a la misma. No obstante, el desglose de esas cifras por expertos aporta resultados sorprendentes. En la época de referencia el número de webs pasó de 1,5 millones a 200 millones en el periodo del año 2000 al 2010, en comparación con los cerca de 1.000 millones de webs actuales. Al margen de la vida media de una web en este periodo, resultaría que con tan solo 1.000 webs entre los dos bandos, – desinformadores y tontos útiles – a razón de poco más de una entrada diaria, se lograrían los 7 millones de entradas en 17 años. Sin embargo esas 1.000 webs podrían estar siendo gestionadas por tan solo 300 personas si consideramos el promedio de entre 1 y 6 webs por persona con contenidos chemtrails. Este cálculo es realmente conservador sabiendo que hay personas que pueden llegar a controlar hasta un centenar de webs con ese título o contenido. Y que un mismo usuario puede llegar a dejar hasta 10 mensajes al día en distintos foros amparados en los alias. Si por el contrario se utilizaran robots, los mensajes serían tantos como se quisiera. Lo que sugiere que los siete millones de entradas no son argumento que permita concluir base social alguna. Esta situación se ve reflejada en la recogida de firmas a través de conocidas plataformas de “activismo social” que no llegan a superar en el mejor de los casos el centenar. En otras palabras, la desinformación programada sobre la ingeniería del clima estaría en manos de un reducido grupo de personas en el mundo, representando bandos opuestos que se retroalimentan el uno al otro. Uno de los cuales asume también el papel de lobby con los estamentos oficiales, el sector publicitario, medios de comunicación, y editoriales varias, incluidas las educativas y las de corte científico. El otro estaría jugando el papel de tonto útil necesario no solo para impedir un verdadero debate público sobre la manipulación del clima, sino también para consolidar la desinformación en la red sobre iniciativas serias. Son ellos los que afirman que Rosalind Petterson habla de chemtrails en Naciones Unidas, o que Josefina Fraile llevó los chemtrails al Parlamento Europeo. Ninguna de las dos utiliza el citado palabro. Este grupo acrítico de fans chemtrails cuyo único logro ha sido contribuir a la desinformación masiva, ha ignorado y sigue ignorando las claves de una comunicación efectiva haciendo seguidismo de pautas marcadas, sin preguntarse por quién, con qué fin, ni con qué consecuencias. Su comportamiento, con pocas excepciones, resulta ser el más dañino para la causa; impidiendo en la práctica que la sociedad pueda informarse y organizar su defensa en un tema de vital importancia para su supervivencia. El perfil de este grupo es típico: muy activo en las redes sociales, vive para las audiencias, no se toma tiempo ni para la investigación ni para la reflexión, se limita a copiar y a pegar contenidos generalmente conspiranoicos, no contrasta la información, copia textos de otros sin citar las fuentes, son escépticos del cambio climático sin más, y amantes del “fuego amigo”, entre otras bondades. La geoingeniera y lobista Holly Buck de la Universidad de Cornell, dedicada, entre otras cosas, a estudiar los distintos perfiles sociales con el fin de elaborar políticas de comunicación orientadas a debilitar la eventual resistencia social a la geoingeniería, describe bien la situación en su artículo titulado ¿Qué puede hacer la geoingeniería por nosotros? (2010), aseverando que hay dos tipos de público en este debate sobre la geoingeniería, los activistas chemtrails y los militantes antigeoingeniería. La diferencia es que los primeros no tienen credibilidad mientras que los segundos sí. Con este mensaje en mente hemos emprendido este escrito respondiendo a la necesidad de aportar argumentos ante la creciente ofensiva del grupo de activistas del palabro chemtrails que ha redoblado sus esfuerzos de desinformación en los últimos tiempos. Algo tiene que ver con las recientes noticias mediáticas publicadas por la Universidad de Yale que equivalen a hacer pública la actividad de geoingeniería, con el engaño por delante; mientras nuestros representantes políticos hacen dejación de funciones delegando fraudulentamente la legitimidad de la decisión en personas que no están legitimadas para ello. Sabemos que los desinformadores y los tontos útiles seguirán estando ahí mientras el sistema los necesite. Pero ante esto solo cabe una salida. Es preciso destruir la estrategia semántica que nos han fabricado a la medida, como primer paso para ganar y organizar el apoyo social que nos permita exponer las evidencias y enjuiciar a estos criminales que fumigan el mundo para controlar el clima. Esto implica desterrar el uso del término chemtrails, no visitar sus webs, y buscar información con los términos científicos: geoingeniería, ingeniería climática, manipulación del clima, dispersión estratosférica de aerosoles, gestión de la radiación solar, siembra de nubes… Implica también apoyar a grupos como Guardacielos que gestionan con rigor la denuncia social de la geoingeniería en las instituciones nacionales y europeas, y en eventos internacionales sobre ingeniería del clima; es importante firmar sus propuestas para que se abra un debate público y parlamentario serio con la culminación de un referéndum vinculante, y la exigencia de depurar responsabilidades políticas y legales. En la esperanza de que los argumentos expuestos sirvan de reflexión a los activistas de buena fe, Guardacielos agradece de antemano toda respuesta responsable.

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