¿No sería inconcebible que alguien se arrogase el poder de controlar el clima en el mundo? ¿de provocar sequías o tormentas? ¿de destruir las cosechas donde fuere preciso para encarecer el precio de los productos? ¿de decidir sobre el hambre y la sed de los habitantes del planeta? …
Si por la maldad y la codicia de algunos hubiéramos llegado a semejante punto, sería razonable deducir que la humanidad entera estaría en manos de poderes sin escrúpulos, dispuestos a utilizar cualquier medio para lograr sus fines por tierra, mar, y aire…
Fatalmente ya no nos encontramos en el campo de las hipótesis. La realidad nos muestra cotidianamente que hemos llegado a ese punto. Hace más de una década que aviones militares, burlando aparentemente los sistemas de radar, sobrevuelan los cielos de muchos países fumigando el espacio masivamente según un patrón reticular.
El rastro visible de esta fumigación son unas estelas blancas en todas direcciones que lejos de desaparecer se van dispersando hasta formar una capa lechosa que impide ver el cielo con nitidez, llegando a formar por evidente saturación, extrañas nubes que terminan dispersando la posibilidad de lluvia, o propiciando precipitaciones localizadas, atípicas, con inesperadas corrientes de aire.
Y aunque el común de los mortales ignore estos hechos, la gente es consciente de que lo que ocurre con el tiempo no es normal.Las primeras denuncias públicas de hechos tan preocupantes por las obvias consecuencias que de ellos pudieran derivarse para la salud de las personas y del medio ambiente, se recogen en los Estados Unidos en la década de los noventa.
Pero en la actualidad miles de ciudadanos en el mundo expresan su repulsa a medida que estas prácticas se han extendido a decenas de países. Preguntándose qué productos se están vertiendo en la atmósfera por millones de toneladas, y por qué.
